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ENTRE LINEAS

Pecados capitales

Tópicos

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La pereza es origen de los peores males que acechan a nuestra especie. Lo que ocurre es que nos la tomamos a broma. El hecho de que sea considerada por los católicos como un pecado capital - y, ya se sabe, que todo lo que suene a doctrina religiosa es rápidamente denostado por la naturaleza humana que tiende a adorarse a si misma- rebaja mucho la categoría de infracción esencial. Además la molicie es vista con simpatía. Claro ¿qué va a hacer un sujeto o sujeta si está cansado? Evidentemente descansar y cuanto mas, mejor. La cara beatífica que se nos pone cuando andamos bien reposados es la demostración palpable de que entregarse a la flojera nos hace mejores.  Lo que ocurre es que si la holgazanería se prolonga en exceso aparece el sobrepeso y todos los males asociados a él como el colesterol, los triglicéridos y la incapacidad para luchar contra ellos. Todo ello por pura vagancia aunque nos vaya la salud en ello.  Así que, llegado el caso, echamos mano de la cirugía para que vuelva a moldear nuestras carnes y de las pastillas para franquear el paso de la sangre por nuestras arterias. También tenemos recursos cuando la haraganería se instala en nuestra capacidad –o incapacidad- de pensar porque, entonces, echamos mano de los tópicos.

 

Reconozco que he caído –y caeré-  en ellos por eso, cada vez que ocurre algo que ‘me rompe los esquemas’, lo considero un hecho de pura higiene mental. Así es un ‘tópico’ creer que la violencia doméstica –a mi entender mal llamada de ‘género’- era patrimonio de las clases más desfavorecidas social, cultural y económicamente. Es decir que esa lacra no llegaba al cinco por ciento de la población que una estadística casera indica es el porcentaje de los privilegiados. Pues bien uno de esos episodios ocurrido a principios de este mes rompió ese tópico y unos cuantos más.

 

La noticia es que el juez decano de Barcelona y su esposa –notaria de profesión- se enzarzaron en una pelea doméstica, denunciándose el uno al otro en el juzgado, denuncias por las que el fiscal de violencia doméstica solicita nueve meses de prisión para él y siete para ella amén de la consecuente orden de alejamiento de ambos, imagino para que no sigan con su particular manera de entender el “quid pro quo” . Pero no acabaron ahí de derribarse mis tópicos, no. Siempre había pensado que el matrimonio o la decisión de vida en común, era una decisión meditada,  propia de gente madura que toma ese vínculo como un compromiso duradero. Tampoco era así en la pareja. Ambos se habían casado en noviembre del año pasado. Todo un récord de convivencia. Para mas escarnio el ‘juez de jueces’ había llegado al decanato en marzo de 2008 tras un duro enfrentamiento electoral con su oponente a la que ganó por un solo voto, esgrimiendo los contendientes como bandera electoral, precisamente, la ley sobre violencia doméstica que ahora se aplica a la pareja. No os hablo del motivo de la disputa porque pelearse por  infidelidades si que es un tópico.

Lo verdaderamente importante

Lo verdaderamente importante

 

Por mucho que nos digan que lo importante es el interior, no es verdad. Desde mi experiencia puedo afirmar que no es así. Todos se fijan en mí por la belleza, porque soy brillante, esplendoroso. Se que les gusto sobremanera al género femenino y a algunos miembros del masculino. También, aunque de ello no hice una estadística, al género híbrido. Ellos, ellas y ello me admiran por la hermosura de mis formas y es que realmente soy una preciosidad que no se apaga con el tiempo. A pesar de él conservo  mi extraordinario aspecto. Por eso son muchas las que pierden la cabeza por llevarme con ellas y yo, sabedor del poder de mi seducción, me dejo llevar con la seguridad que me da conocer que tendré un lugar de privilegio en sus cuerpos.  Y es que me quieren aún a pesar de los años y de que gane en peso y volumen. Es más, eso es un motivo para que me adoren aún más si cabe. Cuanto mas peso, más locas se vuelven por mi.

 

Lo único que lamento es  no tener un cerebro para poder disfrutar de ello.

Trío por substitución

Trío por substitución

 

Una de las fantasías sexuales que más tenemos los hombres es la de hacer un trío. Un trío genuino, de los de verdad que es encamarse, empasillarse, enmesarse o lo que sea, un hombre con dos hembras. Más de uno –entre los que me cuento- ha planteado una y otra vez esa posibilidad a sus parejas de turno a sabiendas de que la respuesta siempre será la misma: “Si no puedes casi conmigo imagínate con dos” o, si no hay tanta confianza en la relación, te dicen: “Es que a mi las mujeres no me gustan” o, si acabas de empezar a encamarte con la susodicha te suelta sin rubor: “es que tú me dejas exhausta mi amor y no podría con nadie más”. Pues bien yo creo que eso no es verdad. Que esas féminas que declaran su heterosexualidad o su innecesareidad de retozar con una señora, hacen tríos si bien de una manera matizada a cómo lo piensa un hombre.

 

Veamos. Hay una situación que se repite muchísimo y es la siguiente. Chica se acuesta con chico porque, dice, existe una relación sentimental con él. Orgullosa de esa relación la chica presenta al chico a su círculo de amistades entre las que se cuentan, como no, otras féminas. Ocurre que el varón, que no es ciego, mira a las amigas de su amante no como tales, sino como objeto de conquista y se fija en una que es más vulnerable que las demás de la que se hace “amigo”. El joven haciendo gala de lo que es, varón, propone a su chica oficial un trío “con alguna de tus amigas, por ejemplo”. La respuesta es una de las tres que he ennumerado en el anterior párrafo que será la que corresponda en el momento en el que ande la relación. Con el tiempo sucede lo de siempre. El varón se cansa de la oficial y le da la carta de despido. Acto seguido empieza a porfiar con la amiga vulnerable a sus encantos pero, eso si, previa ruptura de la amistad entre las amigas. Finalmente, como no podía ser de otra manera, la vulnerable se acuesta con su “amigo” pasando, automáticamente, a obtener la categoría de “salecón” “novio” o similar ¿Y cómo se llama a qué un varón se encame con dos hembras del mismo círculo? Es, sin duda, un trío. Podría pensarse que no, que no lo es porque la coyunda se produce alternativamente y no de manera simultánea como mandan los cánones. Pero dejándonos de la monserga estipulada, un hombre que conoce las intimidades y probablemente orgasmos de dos señoras y viceversa es, un auténtico trío y la máxima concesión semántica que le voy a dar es llamarlo “trío por substitución”.

 

Particularmente no me gusta el trío por substitución. Soy un clásico y me gusta la simultaneidad. Además pienso que el trío alternativo causa innumerables perjuicios tanto a la señora “saliente” como a la “entrante”. Y por eso desde aquí quiero hacer un llamamiento a las señoras que se vean encuadradas en el primer párrafo de este escrito, para que cesen en su actitud de negarle a sus parejas la fornicación triangular con sus amigas ¿Os habéis imaginado por un momento –las salientes- el momento en que vuestro “ex” esté revolcándose con vuestra “ex” los comentarios que harán? ¿O que irremediablemente el “ex” comparará, además de cuerpos, gemidos y técnica? Y si alguna “entrante” puede estarse sonriendo al leer lo que he escrito, que no lo haga porque hay algo peor que le puede suceder con su amante pensad cómo os encontraríais si después de haberos entregado a la placentera actividad de ser atravesada por un recio varón, éste corte la relación y vuelva con su antigua amante, vuestra examiga. Eso sería frustrante. Un golpe del que no os recuperaríais en vuestra vida porque, sin duda y creo que muy acertadamente, pensaríais que algo falla en vuestro “arte de seducción”.

 

Así que hay que volver a lo clásico y no ser cicateras con vuestras parejas. Que os pide un trío, dadle un trío de los buenos, de los simultáneos. Con vuestra mejor amiga, con la más cachonda. Además de comparar que tod@s somos más o menos iguales en idénticas situaciones, la de risas que os vais a echar –vosotras- cuando os percatéis de que en esos momentos el único criticable porque “no llega” o porque “llega demasiado rápido”, es él.

Sin perdón

Sin perdón

Una y otra vez haces lo que quieres sin pensar en mí sabiendo que eso me molesta. Como siempre, al saber de mi incomodidad con tu actitud, me pedirás perdón, una palabra que utilizas sin saber muy bien su significado. Mañana, volverás a hacer lo mismo y yo oiré de nuevo tus disculpas sin valor. En esas estamos y así seguiremos, tú reiterando una palabra que te exonere de culpas y yo sin otra alternativa que escucharla. Mientras tanto seguiré esperando que algún día sea yo quién te implore indulgencia por no saber darle valor a tus caprichosas costumbres. Y es que las sombras somos tan superficiales.

Linaje

Linaje

Formaban un matrimonio peculiar por la forma de afrontar sus relaciones de pareja. Profundamente liberales e independientes no ocultaban ni a propios ni a extraños sus devaneos extraconyugales. Él mantenía, desde que la conoció a Ella, una íntima comunión con la Soberbia y Ella retozaba a menudo con el Capricho. Esa situación no les impidió tener descendencia propia -doy fe que no fue fruto de sus galanteos extramatrimoniales- en los momentos en que además de la ropa, se despojaban de sus amantes entregándose espíritu y corazón. Así nacieron Comunicación, Entrega, Cariño y Confianza que, por un azar del destino, maridaron con la progenie de Soberbia y Capricho convertidos en un monolítico dúo desde que Él y Ella les hicieron mutua presentación en una frenética noche de orgía.


Eso ocurrió al principio de todos los tiempos que conocemos y se viene repitiendo desde entonces hasta llegar a nosotros, consecuencia de esas estirpes. Una consecuencia que seguirá engendrando el mismo linaje.

Santa Semana

Santa Semana

 

Estaba tan ricamente dormitando tras mi portátil en el despacho cuando, de repente, entró el Director Financiero de la empresa visiblemente azorado.

 

- ¡! Tienes que ayudarme ¡! – dijo casi sin aliento y sin reparar que no había dejado saludo alguno.

- ¡¡¿Cómo?!! ¡¿”Ayudar yo”?! – respondí levantando la cabeza del teclado visiblemente molesto por la interrupción de mi descanso - ¡ ¿Pero no ves qué estoy en una actividad muy delicada?!

- ¡!Venga, no me jodas¡!¡!Que como no lo solucionemos en las próximas veinticuatro horas, tu y yo nos vamos al paro…¡!

 

“¡! Al paro –pensé yo sin intentar disimular una sonrisa que se dibujaba en mi cara- ¡¿Y qué es lo qué intento hacer todos los días desde que estoy aquí…?¡!”

 

- ¡! Sí, al paro, pero al no “subsidiado” cabroncete ¡! –

 

El director de los “eurillos” parecía haberme leído el pensamiento. No obstante volví a intentarlo.

 

- ¿Pero no te has dado cuenta que mi neurona está fundida, al borde del colapso creativo? Tengo que reservarme para la Semana Santa, sino no podré colocar ni un solo escrito en “Entre Líneas” – Y se me iluminó la cara como si se me hubiese ocurrido la solución mágica- ¿Y por qué no se lo dices a Mireia ?(la otra abogada de la empresa)

- Déjate de “collonades” (en castellano sería algo así como “cojonadas”) que sabes que ayer dio a luz y no creo que hoy esté en condiciones… - le corté su argumentario presa del pánico al verme laboralmente acorralado.

- ¡!¿Cómo que no?¡! ¡!¿Y eso de la “Ley de Igualdad”?!¡ ¡!Pues bien empezamos si ya la incumplimos por la tontería esa de que ha parido!¡ ¡Que un parto no es una enfermedad, entérate!

 

Lo dije con tanta convicción que hasta yo mismo me lo estaba creyendo. Pero no llegué a calar en el corazón, que seguro estaba hecho del vil metal de las monedas de céntimo, del director financiero ya que, inmune a mis palabras había desplegado sobre mi impoluta mesa, una cantidad enorme de papeles con el inconfundible sello del papel del estado, ese que utilizan los notarios para las escrituras públicas. La dispersión de papeles en mi mesa y un rápido cálculo sobre los años de cotización a la Seguridad Social que me quedan para jubilarme, paro incluido, me convenció que el único camino posible que tenía en aquél momento era colaborar con el “enemigo”. Empezamos a las nueve y media de la mañana de un jueves veintinueve de marzo y acabamos, bueno, acabé doce horas mas tarde con un fuerte dolor de cabeza consecuencia de los golpes que mi neurona a buen seguro se estaría dando en la vacuidad interior del cerebro. Acabé exhausto y no era eso lo peor. Lo mucho peor es que, al día siguiente, treinta de marzo, viernes y final de trimestre -todos sabemos que el mundo se acaba invariablemente cada trimestre- tenían que estar todos los documentos perfectamente revisados para que no se planteasen problemas a la hora de firmarlos en la notaría. Y la operación planteada era enormemente compleja (para qué me voy a ir con falsas modestias) por lo que no os aburriré con más detalles. Después de cuatro horas en la notaría, cogerle diez gazapos en las escrituras al titular de la misma (con gran regocijo por las partes del director general de la compañía y por las mías propias) se firmó todo lo que había que firmar sin mayores contratiempos. Saliendo del despacho del fedatario semipúblico fui felicitado por el “amo” de las finanzas y por el “mandamás” de la Empresa, ignoro si por la virgería laboral realizada o asombrados porque no creían que la operación se pudiese realizar en tan pocas horas. No me quedó tiempo para sonreir y corresponder a las felicitaciones. Lo único que mi mente acertó a coordinar fue la respuesta a las palabras que, sonriendo, me largó el director financiero.

 

- ¡Si es que tú solo funcionas bajo presión! ¡Marchoso, más que marchoso!

- ¡¡ Hijo de p…!! (pppppppppppppiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii)

 

Ya en la calle me encontré con treinta euros en la acera, un billete de veinte y otro de diez doblados. Pensé, o hice algo parecido a eso, en mi buena suerte aunque aquella tarde, ni al día siguiente iría al gimnasio. Tampoco pintaban bien las cosas para la semana siguiente así que me iba a quedar sin escribir sobre “la morena de ojos negros” hasta que encontrase a la neurona que había perdido en aquella notaría.

Es hora de morir

Es hora de morir

 

Madeleine, a la que la prensa le añade las siglas Z.B., decidió que el viernes 12 de enero era un buen día para morir y eso hizo. En un postrero acto de libertad que una silla de ruedas le había negado en los últimos años, se quitó la vida en su domicilio de Alicante, acompañada de tres voluntarios de la Asociación “Derecho a Morir Dignamente” y, según cuentan, de una periodista de “El País” que había seguido la historia de Madeleine en los últimos seis meses. Esa muerte, no anunciada para su familia pero con luz y taquígrafos, reaviva el viejo debate en nuestra sociedad sobre la eutanasia , una sociedad empeñada muchas veces en quitar la vida a los vivos y mantenérsela a los muertos.

 

Madeleine , enferma de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una dolencia degenerativa que paraliza el cuerpo, consideró que no merecía la pena vivir sin la sonrisa que la había acompañado durante toda su vida, inspirando a poetas como Georges Brassens o cantantes como Jacques Brel, y que su terrible dolor había borrado de la cara para siempre.

 


No es mi intención terciar en el debate sobre si las personas tenemos o no derecho a disponer sobre nuestra propia vida. Debatiría si no conociese el argumentario a favor y en contra y tuviese algún atisbo de duda dónde posicionarme, pero lo tengo claro. El hecho es simple: nadie nos consultó si queríamos nacer, en consecuencia a nadie más que a nosotr@s mism@s debemos rendir cuentas de cuándo queremos morir. Cuestión muy diferente es cómo deseamos hacerlo y en eso estoy con esta reflexión. Se puede elegir morir reivindicando públicamente el amor a la Vida en el que está implícito, de manera inalienable, el derecho a elegir tu muerte, como lo hizo Madeleine y antes Ramón Sampedro o se puede optar morir por no estar de acuerdo con una decisión judicial que te mantiene en prisión, como así lo está haciendo el etarra de Juana Chaos , asesino de, al menos, veinticinco personas. Hoy más que nunca me reafirmo en esa libertad del individuo a decidir su muerte.


Un penúltimo apunte personal. Si tuviera que tomar una decisión, me gustaría un final como el del “Ángel Blanco” en la película “Blade Runner”.

 


 

Miradas...

Miradas...

Estabas ahí, mirándome desafiante, en medio de todos aquellos seres que me parecieron inertes a tu lado. Pero tú no. Tú clavabas tus ojos en los míos y yo quedé atrapado sin remedio en tu osadía. Iniciamos un singular combate intentando saber quién de nosotros aguantaría durante más tiempo la mirada del otro. El que la apartase ganaría la partida, se habría sometido al otro. Fuí yo el que lo hice porque te deseaba, aún acabándote de encontrar. Ese gesto mío y las palabras que dirigí a la mujer que estaba detrás de ti señalándote con mi dedo índice, “me llevo ésta” , te hicieron mía para siempre. Aquella noche en un acto caníbal y lleno de deseo, te engullí entera.

Vacío

Vacío

Sé que estás ahí, agazapada en algún recóndito lugar que no logro identificar. Resulta curioso que, aunque ignore dónde estás, pueda ver tu rostro dibujando una sonrisa burlona al saber de mi limitación en encontrarte. Pero ese juego del escondite, es un juego sin rival y eres consciente que ese tipo de contiendas en las que siempre finalizas como vencedora, acaban por cansarte. Es un paisaje que dibujas a menudo y hasta los lienzos más bellos, a fuerza de repetirse, aburren. Será entonces cuando presa del tedio y la desgana te atrape para transportarte al espacio de donde nunca debiste salir. Y desde el punto más alto del rincón de mi mente, te empujaré al vacío que dejaste para que se forme una multicolor catarata de partículas de ti y así fluyas, Idea, para que por fin pueda escribir sobre algo.

Berrinche en momentos de agobio laboral

Berrinche en momentos de agobio laboral ¡Por mucho que insistáis conmigo no vais a conseguirlo! ¡Por más que me hagáis creer que soy único, que sin mi es imposible, no lo lograréis! ¡No os servirán de nada vuestras alabanzas, vuestros mimos, vuestras bellas palabras! No me moveré un ápice de lo que pienso, quiero y siento. Aunque ahora parezca que bailo al sonido de vuestros cantos de sirena y me doblego a ellos, mi sonrisa es pura fachada. Y es que, por mucho que me digáis que el trabajo dignifica, no me creo esa monserga. Prefiero tener una vocación innoble.

Mi buena amiga

Mi buena amiga

- ¿Ves? ¡Ya te lo decía yo ¡ - afirmaba la mujer con aire de compasivo triunfo – Sabía que un hombre como él acabaría haciéndote daño.

Sentada cerca de ella estaba Mireia, con la mirada perdida en algún punto de la habitación donde se desarrollaba la conversación. Quién le decía estas palabras era Esmeralda, una de aquellas amigas que alardeaba tener una vida sentimental plena y satisfactoria, con la que, además, compartía trabajo en el mismo departamento de una gran Empresa. Esmeralda le había estado advirtiendo sobre aquél hombre desde que inició una aventura amorosa con él, hacía ya cinco meses. Ese reproche continuo, curiosamente, se lo hacía por el hombre al que Esmeralda lo había arrastrado en un juego de seducción, supuestamente inocente, que acabó atrapando a Mireia en una loca y desenfrenada pasión.

- Te advertí que no debías entregarte a un seductor. A un coleccionista de amantes que, para más “INRI”, está casado –continuaba con su discurso de moralina Esmeralda- ¡Casado¡ ¡ Pero ¿qué esperabas de él, dime?! ¡¿Amor eterno?! - preguntaba sin esperar respuesta.

Mireia miraba a su amiga sin verla, en ese tipo de miradas que se ponen cuando oyes a alguien y no lo escuchas porque tu pensamiento está perdido en algún lugar. Y el pensamiento de Mireia estaba perdido, perdido por el desencuentro que estaba teniendo en ese momento con las palabras llenas de censura de Esmeralda. Le criticaba que el hombre con el que había compartido Amor durante cinco meses, estuviera comprometido y no hubiese podido ir más allá en su relación con él “¿Tú qué sabes Esmeralda?” le preguntaba en silencio Mireia. “Ha sido poco tiempo, lo sé, pero lo que he sentido en estos cinco meses no lo había experimentado nunca. No en las anteriores relaciones que me pareció duraban una eternidad. Me he sentido viva y he vivido de nuevo. He amado y sé que me han amado… Lo sé Esmeralda porque hay momentos en que, el sentimiento del Amor, no se puede disfrazar en el impudor del sexo, ni en la desnudez del deseo. Existen ocasiones en que, sin saber cómo, el Amor se presenta en una palabra, en una mirada, en una caricia y puede durar una hora, un minuto o un soplo, pero que a algunos, como tú mi querida amiga, no se le ha mostrado jamás. Lo he sentido, he sido feliz y no me arrepiento de nada de lo que he hecho ni, por supuesto con quién lo hice. Lo sé, Esmeralda, por éste vacío tan enorme que ahora tengo, antes lleno de lo que él me daba y de lo que yo le regalaba. Lo único que lamento y por eso estoy triste es por tí, querida Esmeralda. Porque a pesar de todo eres mi amiga y, aunque hoy necesito de tu abrazo y que nos alegramos juntas que por fin una de nosotras haya podido conocer la dicha, siento pena por ti. Una inmensa pena porque todo este torrente de sensaciones que ahora se deslizan por las cataratas del abismo de la separación, tú nunca las has tenido”.

Ataque de cuernos

Ataque de cuernos

Desde que entré a formar parte de la legión de mortales que creen que ir al gimnasio les alargará la vida y me “eché” un entrenador personal a mis espaldas (bueno, a mis espaldas y a todos los músculos que aguantan la estructura ósea de mi cuerpo) mi cita con él era los miércoles a la una del mediodía. La semana pasada me comentó que a esa hora ya no podría ser en adelante, que tenía otro compromiso, así que me quedé sin mi hora preferida con en que yo consideraba “mi” entrenador personal… ¡¡ Qué desilusión he tenido cuándo hoy lo he visto con su otro compromiso!! Orgulloso paseaba entre las máquinas de musculación luciendo a “su” alumno, el televisivo Manel Fuentes . De profesión, gracioso. Y claro, como se trataba de un famosillo, todas las miradas iban dirigidas a él… “Mira, mira, es el Fuentes, el de CQC”, comentaban l@s especialist@s en “Salsa Rosa”, “Aquí hay tomate” y entremeses varios.

 

 

El entrenador, que desde ese momento ya había dejado de ser para mí personal para convertirse en público y transferible, arrugaba la frente más de lo que acostumbraba conmigo haciendo evidente que estaba concentradísimo en el desarrollo del músculo del ínclito Fuentes, quién por cierto y a pesar de ser más joven que yo, tiene una estructura corporal casi de derribo. Toda la atención del exentrenador personal se dirigía a él, era como si el mundo, su mundo, girase en torno al presunto showman. Éste, sabedor de su influencia mediática, sólo se dedicaba a sonreír y a observar cuanta gente, además del entrenador, estaba pendiente de él. Hubo un momento entre el moldeador del músculo “fuentecino” y éste, sublime. Ocurrió cuando Fuentes se tumbó sobre el aparato de abdominales, uno de esos artilugios que tiene aspecto de camilla de hospital. El momento fue inigualable. Allí, Fuentes estirado boca arriba y con los ojos cerrados y el entrenador, de pie a su lado, cogiéndole ora la pierna y doblándosela con suma delicadeza, ora la espalda masajeándosela. Creí ver el rictus ese que ponemos los hombres cuando llegamos al orgasmo en la cara del presentador graciosillo y, por un momento, estuve tentado de sacar una foto de la escena con el móvil para luego colgarla en esta página y que, su repentino amor, fuese el escarnio y la mofa de l@s que me visitáis. Pero me abstuve y he decidido pagar el desdén con el desdén.

 

 

 

 

 

 

 

 

Además sé que el entrenador volverá a ser mío, en cuanto se dé cuenta que con gafas oscuras, quedo yo mucho mejor que Fuentes. Incluso si se trata de salir en medios de comunicación, en programas serios me refiero, tengo más palmarés que el periodista y lo llevo con mucha modestia tanta, que sólo saben de mi currículo en casa y algún amigo que me vió por la “tele” o la referencia de la noticia en un diario (previa indicación mía, claro)

 

 

 

Estoy pensando, incluso, en acelerar la ruptura del idilio entre mi recuperado entrenador personal y Fuentes, invitándolo al vestuario de caballeros cuándo coincidamos el presentador y yo. Sé positivamente que la tiene mucho más pequeña que yo y sin compartimentar. La bolsa, claro.

Cambio...

Cambio...

Navidad infeliz por 364 ó 365 días de felicidad. Es un buen cambio, mucho más de lo que algun@s desean, solo "Feliz Navidad". Como si los demás días del año tuviésemos que ser desgraciados.

Causa de divorcio

Causa de divorcio


Desde que se puso en marcha la llamada “Ley del Divorcio” allá por 1981 y, más recientemente en julio de este año, la reforma a la misma en lo que se ha venido en llamar “Divorcio express”, las causas para justificar un divorcio han sido de lo más variopintas ya que, hasta la aparición de la última reforma, en toda relación matrimonial debía haber un/a “culpable” de la crisis matrimonial si, como es obvio, no se pactaba la separación o el divorcio por los cónyuges.


Afortunadamente con la aparición del “Divorcio express”, ya no hay culpables en la relación matrimonial y cuando uno o una lleva tres meses de “feliz y legal” convivencia conyugal, puede acceder al divorcio sin alegar causa alguna.


No obstante todavía hay abogados y, en el caso que relataré, abogadas que no se han enterado de ello y siguen novelando causas para justificar, entiendo, la minuta a sus clientes y clientas. En un caso que me entró hace escasos días en el que me corresponde, por decirlo así, la defensa de la mujer, la abogada de la parte contraria (el marido) alegaba como causa de divorcio, y cito textualmente, la siguiente:


“Desde hace meses, la esposa prescinde total y absolutamente de su familia, haciendo gala de una manifiesta despreocupación respecto a sus hijos. Su vida se reduce a conectarse a internet y mantener conversaciones de alto contenido sexual con hombres desconocidos, e incluso encuentros personales en casa de éstos.


En los últimos meses, los quehaceres diarios de la esposa se limitan a trabajar tres horas al día en una empresa y después estar conectada hasta altas horas de la madrugada en internet hablando y mostrando imágenes suyas de carácter lascivos a hombres desconocidos, mientras que sus hijos y esposo están durmiendo en la habitación de al lado. Es esta conducta reiterada de la esposa la que ha conducido al desamor de los cónyuges, pérdida de cariño (affectio maritalis) y al fracaso del matrimonio.


Además, desde hace un par de meses, la esposa también trabaja los fines de semana alternos doce horas diarias en otra empresa, por lo que, el tiempo de ocio para disfrutar con su familia aún se reduce más, incluso deviene nulo. La esposa ya no comparte del tiempo libre con su esposo e hijos, sino que, por el contrario, prefiere estar frente a una pantalla de ordenador, escribiendo frases sin sentido, simplemente para saciar su sed sexual, que puede tacharse de enfermiza. Incluso ha llegado a darse de alta en una página web por la que paga 24€ al mes para mantener contactos con hombres a través de internet…”


La primera recomendación que le he hecho a la señora en cuestión ha sido que, para cuando conviva con su próxima pareja y sienta la necesidad de conectarse a internet, se compre un programa para detectar troyanos o espías en su ordenador que le puedan captar “imágenes de alto contenido sexual y lascivas”. La segunda, y ya para desdramatizar un poco el tema., que como abogado suyo debo hacer una comprobación “in situ” de sus actuaciones, así que le pedí su cuenta de Messenger. Voy preparando la cámara… y ese sofá tan cómodo que tengo en el despacho.

No quiero que me leas

No quiero que me leas Hoy no voy a escribir nada porque no quiero que me leas.
¡! Te lo digo a ti que sigues escudriñando en mis escritos ¡!
No quiero que me leas porque yo no puedo leerte a ti.
No debiera escribir esto ya que incumplo mi promesa.
Incluso sin decir nada, porque nada digo en estas líneas.
Y es que, hasta expresando un deseo,  puedo engañar.

Lujuria

Lujuria Si supieses el placer que me invade sintiendo cómo tus manos se deslizan por mi cabeza buscando las raíces de mi pelo para enredarlas con tus dedos, provocándome ese cosquilleo que cautiva mis sentidos…


Si conocieses el paraíso al que me transportas cuando noto que tus dedos alcanzan en suave descenso los abismos de mi nuca y la acaricias…


Si te explicase cómo me excitan esos movimientos de tus manos, estudiadamente acompasados, rozando levemente mis sienes…


Si escuchases ese suspiro cercano al gemido que se escapa de mis labios cuando tus dedos dibujan lentamente el contorno de mis orejas…


Si advirtieses en mi respuesta ese tono de voz, perdido y completamente entregado a ti, cuándo me dices, “¿más caliente?” y yo, obnibulado por ese viaje que me proporcionas al Edén, te respondo “mucho más caliente… quiero más”…


Si hubieses observado todo eso…


¡¡ No me habrías abrasado la cabeza con el agua caliente como lo has hecho esta mañana cuando me has lavado el pelo antes de cortármelo ¡!

Soberbia

Soberbia Cuenta una leyenda tibetana que, al principio de los tiempos, a los árboles no se les caían las hojas.


Sucedió que, un día, un anciano que iba vagando por el mundo desde que era joven con el propósito de conocer y saberlo todo, estaba muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas y no parar de andar y andar.


Así que decidió subir a la montaña más alta del mundo para, desde allí, conocer y verlo todo antes de morir. La montaña era tan alta que, para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y, aún, subir más alto que ellas. Era tan alta la montaña que de noche, casi podía tocar la luna con la mano extendida.


Pero al llegar a lo más alto, comprobó que solo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no el mundo que tanto deseaba conocer.


Resignado decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje.


Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra, el anciano no pudo menos que exclamar:


— ¿Quién te protege que ni la ventisca ni el ciclón han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas?


— ¡ Nadie me protege ¡ ¡ Yo solo me sobro para cuidarme ¡ —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas— Debes saber que el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie. Ocurre que yo soy más fuerte y hermoso y el viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue. Sabe bien que nada puede contra mí.


El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol.


Al poco rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar.





Apareció el viento en persona:


—¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!


Al sonido de su risa todos los árboles del bosque se inclinaron atemorizados.


—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?


—No, no lo sabía.


—Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.


—Perdón, ten piedad, no lo haré más.


—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!


Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento.


Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.


Al verlo, el viento se echó a reír, cuando pudo parar le dijo así al árbol:


—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, ya que no hay mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infringido. De ahora en adelante, todos los años, tú y tus descendientes que no quisisteis inclinaros ante mí, recuperareis ese aspecto, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.


Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.


Dedicado a George W. Bush, 43er. presidente de los EE.UU, que se que no me lee, pero no porque no quiera, sino porque no sabe.

Avaricia

Avaricia - Hace meses que no veo a mi mujer como antes. Ya no es aquella esposa que se arreglaba para sentirse atractiva. Ya no es aquella persona que encandilaba con su sonrisa. No sonríe y, en sus ojos, noto un aire de melancolía. Siente nostalgia de algo, no se, indefinido. Estoy preocupado porque se que la pierdo. Como su mirada que, cuando la busco, siempre la encuentro en aquél punto del vacío donde van a parar todas las miradas perdidas. En la indiferencia.


- Es culpa tuya…


- ¡¡¿Culpa mía?!! –interrumpió a su amigo con cierto enojo sin dejar que acabara la frase- ¡¡ ¿Pero qué dices?!! La sigo queriendo mucho, tu lo sabes, y se lo demuestro a ella todos los días. A todas horas. No hago otra cosa qué estar por ella y pensar en ella… pero siento que no me corresponde. Se va. Y no sé que hacer por evitarlo.


- Es culpa tuya –repitió su amigo- Tu avaricia te pierde. Y acabará por destruir todo lo bello que te rodea.


- ¿Mi avaricia? No te entiendo.


- Verás. Hace años que te conozco, que os conozco. Erais, en cierto modo seguís siendo, una pareja muy atractiva. Envidia de muchos y muchas. No hace falta que te recuerde la de féminas que te “beneficiastes” antes de casarte, como tampoco te creo tan ingenuo para que no sepas la cantidad de suspiros que has recopilado después… El coqueteo es algo innato en ti. Y lo has cultivado siempre…


- Bueno, bueno –volvió a interrumpirle- Pero sabes, igualmente, que nunca le he sido infiel a mi mujer en todos estos años de matrimonio.


- Si, si. Lo se. Y nadie te lo reprocha porque, al igual que no existe ninguna ley que prohíba al Sol, la luna o las estrellas sonreir como quieran o lanzar su luz, tampoco existe una ley que prohíba que tú proyectes tus encantos sobre otras personas. Ese no ha sido el problema. Incluso diría que a tu mujer, le gusta ese filtreo que te llevas porque sabe que la quieres y, como tú me acabas de decir, se lo demuestras a diario. Pero eso no es suficiente. Debes ser más generoso con ella.


- ¡Pero si no le falta de nada! Tiene todo lo que me pide y hasta lo que no me pide…


- No me estoy refiriendo a cosas materiales. Hay algo que desequilibra vuestra relación y es tu avaricia. Tu tacañería.


- Explícame eso porque no te entiendo.


- Eres uno de los mejores arquitectos del país. ¿Te has preguntado por qué construyes esas casas tan sólidas y espectaculares? Si, ya se lo que me vas a decir. Porque es tu trabajo, te gusta y, además, vives de eso. Seguro que no piensas ni por un momento, que construyes casas para que se derrumben o para que no sean admiradas por los demás. Y ahí radica tu éxito. Que lo bueno que haces, lo bueno que tienes pueden compartirlo miles de personas. Como te han compartido a ti en tus conquistas, en tus devaneos amorosos. Si hubieses sido avaricioso con tu trabajo, amigo mío, estarías en la ruina.


- ¡Claro! Ahora me estás diciendo que porque no me gusta que mi mujer filtree con otros hombres, es infeliz. Pues nada, hombre, a follar que son dos días… Además te diré algo. Ella me quiere a mi…


- …y sin embargo la pierdes –acabó la frase su amigo- Tú lo has dicho. Cuesta un montón aceptar lo que te he acabo de explicar, lo se. Ni yo mismo estoy muy convencido de compartir a mi pareja con otros. Forma parte de nuestras costumbres. De una educación de siglos. Pero esa información no es la que está escrita en nuestros genes y esa contradicción es causa de mucha infelicidad…


- ¡Ya y por eso debemos compartir a nuestras mujeres con los demás para ser más felices! –contestó con ironía su amigo- ¡Anda ya!


- Pues si. Eso digo. Y, nosotros, animales racionales, recibimos y damos peor trato del que reciben o dan otros animales que no se divorcian o riñen si dejan a su pareja, pasan la noche fuera o, incluso, tienen otros amantes…


- … ¡bueno! ¡a nosotros no nos tratan tan mal ¿eh?! ¡ jajajajajajajaja!


- jajajajajaja


Y, así, con una sonrisa en los labios continuaron hablando los amigos sobre otras cosas más importantes que del reino animal.




“Cierto hombre indigno de poseer amor viejo o nuevo, por ser él falso o débil, pensó que su dolor y su vergüenza menguarían, si descargaba su ira sobre las mujeres; y de ahí surgió la ley de que una mujer sólo conocería un hombre”

Pecadillos

Pecadillos Cada vez que llega el verano, igual. No igual, no. Peor de un año para otro. Me sienta mal el calor o, para ser más exactos, le sienta mal a mi sistema mental. Cuatro pecados capitales lo bloquean y me impiden parir cualquier idea coherente. Se acrecienta mi envidia viendo cómo el mundo entero, o eso me parece a mí, está de vacaciones. Desde la ventana del despacho veo las calles abarrotadas de gente con ese deambular típico de quiénes les da igual moverse por aquí o por otro lado.


Ver esa vida al ralentí dispara otro de mis pecados mortales. La pereza. Me siento incapaz de mover, tan siquiera, un papel de un sitio a otro aunque sea para disimular alguna actividad. Lo malo es que noto como se ha apoderado de mí y no hago nada por evitarla. Algo pasional me une a ella con los calores.


Todo eso acrecienta mi rabia. Me enfurece. La sensación de que la apatía pueda más que tú y sea consciente de ello provoca mi ira. Ya sólo con la comisión de esas tres culpas me he ganado el infierno. ¡Infierno!. La sola evocación del averno acaba de provocarme una subida adicional de temperatura y eso que, todavía, no he dicho nada del cuarto pecado capital que se me patentiza en estas fechas.





La lujuria. Pero ese es el más disculpable. Casi diría que no me es atribuible. Al menos en exclusiva. Además no debe representarme muchos beneficios para la salud. En absoluto puede ser bueno estar sentado en tu mesa de trabajo, viendo pasar los cuerpos que veo pasar delante mismo de la ventana del despacho que da a la calle y reprimir los instintos naturales. Eso debe castigar mucho el organismo. Cada año peor. Y, cuanto peor, mejor. Mejor para la vista y peor para mi instinto animal reprimido tras mi americana, corbata y semblante “serio-laboral-responsable”.


A duras penas puedo aguantar el empezar a correr tras esas neuronas que se me escapan por la autopista del entendimiento. No iré tras ellas porque, como ya he dicho, tengo pereza. Seguiré pecando ... con tu ayuda, por supuesto.

Ira

Ira De nuevo nos seguimos equivocando


De nuevo el horror se ha trasladado al civilizado Occidente.


De nuevo las bombas han segado la vida a más de medio centenar de personas en el corazón de Londres.


De nuevo la barbarie destroza familias, ilusiones y haciendas.


De nuevo aparecerán las lágrimas del dolor, las muestras de solidaridad de las gentes hacia los damnificados, la rabia contenida y, los más comprometidos, arrimarán el hombro ayudando hasta que regrese la calma.





De nuevo se pone en funcionamiento la liturgia que sucede a un nuevo atentado terrorista. Llamadas a la ciudadanía a la calma. Condenas y propuestas a la unidad de todos frente al terrorismo “lacra social de nuestro tiempo” y firmes promesas de que los autores serán apresados y castigados con todo el peso de la Ley.


De nuevo en todas las ciudades del mundo se convocarán manifestaciones a las que acudirán millones de personas a un solo grito: “Paz”. También los parlamentos y en las cámaras de representantes de todos los países se guardarán cinco minutos de silencio en recuerdo de las víctimas del atentado.





De nuevo todos lloraremos a los muertos por el terror, recordaremos a los nuestros una vez más y clamaremos venganza contra los asesinos por la crueldad cometida. De ese modo descargaremos nuestras conciencias, entenderemos aliviado nuestro pesar, suspiraremos porque la próxima –que la habrá- no nos toque la macabra ruleta del juego de la muerte y regresaremos, como no puede ser de otra manera, a la vida cotidiana.


Así hasta el próximo atentado.


Así hasta los próximos muertos.


Me sumo al horror, al dolor y hasta a las lágrimas de las familias y amigos de las víctimas y también pienso que debe hacerse justicia a las víctimas y castigar a los culpables. Eliminarlos. Eso es lo que siento y pienso.


Y me equivoco.


De nuevo nos seguimos equivocando…


Algo no debe funcionar en el orden establecido en nuestra civilizada sociedad para que sucedan estas cosas.


Algo estamos haciendo mal, recogiendo con seguridad la herencia de nuestros antepasados, para que niños nacidos sin el gen de la destrucción, se conviertan en armas de destrucción de sus semejantes.


En algo nos estamos equivocando para que el hombre se convierta en el peor enemigo de si mismo.


Algún error estamos cometiendo para que en entes de nuestra misma sustancia, siga germinando la desesperanza, la locura de abandonar ésta vida inmolándose en nombre de no se sabe bien qué dios o causa, porque la verdad está en otra parte, en otros universos.


Tal vez estemos demasiado preocupados en eliminar a los causantes de las atrocidades y no las causas que lo motivaron. Para nosotros apresar a los asesinos y castigarlos, es suficiente para descargar de culpa nuestras conciencias. Escarbar más allá de eso y descubrir que, con toda probabilidad, en el núcleo nos encontremos con la pobreza, veamos intolerancia, advirtamos marginación, no nos interesa. Atacar las causas supone demasiado esfuerzo, recursos y sacrificio personal sin recompensa.


Es más fácil seguir conviviendo con el miedo y actuar contra los que lo ejecutan, que emprender la tarea de enfrentarse a él.


De momento descansarán en paz los muertos y nosotros, los vivos, descansaremos con la violencia.